6. Los bienes «simbólicos», los más codiciados




La transformación de los valores que el simbolismo de ciertos objetos produce sobre el clan es de una trascendencia tan revolucionaria que sin este cambio no hubiera emergido la historia, porque no se hubiera podido crear el comercio; es decir, las bases de la economía real y rentable que, como hemos dicho, son el andamiaje de la historia.

Al principio estos objetos simbólicos no debieron tener demasiado valor. Después de todo, su poseedor era un individuo con una escasa noción del tiempo, ya que ni siquiera habría sido capaz de inventar el calendario. Nadie en el clan, que debían contar como máximo 50 individuos, lo normal serían 25 a 30, podía ser tan insensato y poco razonable de pretender que con investirse de los símbolos del jefe ya se convertía automáticamente en el jefe. Al contrario, el valor de estos objetos siempre ha sido simbólico y en ningún caso sustituirán a la realidad que representan. Ni siquiera en épocas de exuberancia de los símbolos de «clase», como durante el reinado absolutista de Luís XIV, un auténtico especialista del simbolismo del poder, el símbolo sustituyó a la realidad que representaba. Pero, poco a poco, el objeto simbólico fue adquiriendo valor en sí mismo, es decir, los símbolos se fueron haciendo tan valiosos como lo que representaban, y su fabricación fue cada vez más «creativa» compleja y laboriosa, utilizándose materiales cada vez más nobles y difíciles de encontrar, hasta llegar al oro y las piedras preciosas de las coronas reales o los ornamentos papales.

Puesto que estamos hablando de economía y libertad, lo que nos interesa es conocer el origen del valor de las cosas que constituirán la base del comercio y la manera en que se generaliza, y ya tenemos una mercancía cuyo valor se incrementa tanto más cuanto más es su poder de representación social. Esta clase de mercancías no sirven en absoluto para la supervivencia y, sin embargo, pronto alcanzarán más valor que las mercancías necesarias para la supervivencia. No sólo porque sean más escasas y difíciles de encontrar, como pretenden teorizar los economistas clásicos sobre el origen del valor de las mercancías, sino por el valor que tienen como representación de un estatus social determinado: valdrán más cuanto más elevado será el nivel que representan. Eso no quiere decir que estos artículos sean abundantes, sino que no abundan más de lo necesario, y lo necesario es el número de individuos que se hayan «ganado el derecho a su posesión». Sólo había un traje igual al pomposo y barroco que vestía Luís XIV, y no porque no fuera posible confeccionar más iguales (recuerden el argumento de «La máscara de hierro»), sino porque sólo había un rey que tenía el derecho de vestirlo.

Por tanto ya con el clan familiar tenemos mercancías codiciadas que surgen en la cantidad que son estrictamente necesarias y que tampoco son objeto de comercio: se elaboran para un fin concreto dentro del clan y para una persona en concreto del mismo clan. Su valor de mercado es sólo «potencial», pero llegará un momento en que será real. Dependerá de la aparición de nuevas creencias, nuevas creaciones y más sinergia de libertad.

Otra importante consideración es el origen del trabajo que requieren estos bienes, que desarma completamente la teoría de que la propiedad se origina en el trabajo. Ningún jefe de clan tendrá seguramente la habilidad ni la paciencia para confeccionarse complicados tocados o collares. Lo más probable es que sean pacientemente elaborados por otras personas dotadas de la habilidad y creatividad necesaria y que el jefe del clan les recompensará de alguna manera, con ciertos privilegios o una protección especial; o simplemente se trate de su pareja habitual. Lo cierto es que el producto del trabajo de ciertas personas, cuando se trata de bienes «clasistas», va destinado a quién se han ganado el derecho de poseerlos, y se producen tantos como son necesarios y ni uno más.

Como la persona que ha elaborado el objeto simbólico también realizará otros trabajos más adecuados para la supervivencia, podemos decir que ya tenemos dos clases de bienes distintos, pero ambos necesarios: los simbólicos o «clasistas» y los de supervivencia o «necesarios». Unos son bienes sociales y los otros naturales; unos los produce el hombre con su capacidad imaginativa y creadora, que son los que crean mayor sinergia de libertad, y los otros, los produce la naturaleza, con escasa creatividad, y que, por tanto crean menos sinergia de libertad. Entre los bienes destinados a la supervivencia están las herramientas que, sobre todo las destinadas a la caza, participan en buena medida de la condición de simbólicas, dependiendo de la complejidad y la perfección que alcancen. Pero su sentido útil le resta valor clasista porque, como veremos cuando entremos de lleno en la historia, lo «clasista» tiene más valor que lo simplemente «útil».

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